El
primer día que se puso el uniforme de vaqueros y camiseta negra,
paradójicamente, se sintió libre. Sofía solía decirle que uno no era mejor por
escuchar a Mozart, tampoco por comprarse un vinilo de algún grupo de los 60. Vive
de noche porque dicen que es cuando todos los gatos parecen pardos, porque es cuando
se imagina el encuentro casual con vivos y fantasmas en la oscuridad de un bar
de Madrid. Ha dejado que las llaves que ahora son propiedad de nadie se
quedasen en un cajón y no en su sitio de siempre en la pequeña cesta de la
esquina de la mesa, tan sólo para mantener la esperanza de que sólo serán unos
días, que volverán a su lugar en algún momento indeterminado. En realidad sabe ya
que no será así y que lo más seguro es que cuando eso suceda no podrá
distinguir si ella es de los vivos o de los muertos del bar. Y el hueco de las
llaves estará ocupado por trozos de discos viejos.