De cuando el mundo no se para, pero la esperanza sí. Lo que
ayer eran un montón de “tal vez”, “a lo mejor” y “ojalá” dentro de mi cabeza,
hoy son un montón de nadas fuera de ella. La esperanza se queda atrás,
aplastada por rescates destructivos que ya han llegado y necesidades rescatadoras
que no van a llegar. Hoy. O ayer. En realidad poco importa cuando las utopías
quedan relegadas a la imposición, ya sea de un destino o de un sistema. Me di
cuenta de que los veleros rojos no existen cuando comprendí que nunca podría
ver llegar ninguno a Madrid.