Junto a la oscuridad y la nada, mientras se retoca el pelo esperando una señal, cree oír palabras salidas de un rincón a miles de kilómetros de distancia. Todas esas palabras que no pudo ver ayer. Lo ha imaginado tantas veces que le parece estar desgastando ideales. Ni siquiera una tarde de policromía románica es suficiente para convencerla de que nada cambia radicalmente en la milésima de segundo en que pestañea. Lo que sucede en verdad es que intenta evadir realidades, así que trata de demostrarse que es imposible convertir fantasías en algo más que simples utopías vacías. Realmente es una cobarde, por eso necesita un señor Dufayel en la escalera de al lado que le diga que se olvide de estratagemas innecesarias, porque da igual tener los ojos abiertos o cerrados cuando todo se corresponde y cuando lo único que queda es actuar.