viernes, 29 de abril de 2011

Retorno (con Eugenio Montale)

Sólo queda un pequeño vaso de helado, un libro, un papel ya medio roto en la cartera, un mapa. La foto de mis pies, el nombre de una plaza, las ventanas intactas. Las palabras escritas en una libreta negra, las ganas de más. Yo.
Y la página 255:

[La speranza di pure rivederti]
La speranza di pure rivederti
m'abbandonava;

e mi chiesi se questo che mi chiude
ogni senso di te, schermo d'immagini,
ha i segni della morte o dal passato
è in esso, ma distorno e fatto labile,
un tuo barbaglio

Eugenio Montale

miércoles, 13 de abril de 2011

Sibyl Vane

Resulta paradógico que El retrato de Dorian Gray recordase a Julieta ayer. Precisamente ayer, cuando Italia ha aparecido de nuevo. Tal vez la casualidad haya querido hacerme ver que el papel de Julieta se ha acabado. O ha trascendido más bien. Ayer empecé a entender que era Sibyl Vane, o quizás empecé a entender que ya lo era antes. Pero sin suicidios finales. Que todos son actores. Hedonistas. Son Dorian Gray, ya después de una fugaz juventud impoluta. Y yo una decena de heroínas trágicas aunadas en Sibyl Vane. Fingidas. Sin conexión con la realidad más que mediante literatura y teatro.
Justo hasta el momento en que deje de asumir como propio un papel que no se corresponde con la verdadera historia. O hasta que el hedonismo propagado por lord Henry deje de hacer efecto.

lunes, 4 de abril de 2011

Perseo

Caminaba calle arriba a las mil y una de la madrugada de un día cualquiera cuando se encontró a Andrómeda sentada en un portal, aún compuesta por el brillo de las pocas estrellas que le quedaban. Pero en su ojo izquierdo Alpheratz comenzaba a extinguirse lentamente, no sabía si por la lluvia o el olvido de su propia existencia. Se paró enfrente, sin decir nada, pensando en las cien mil millones de veces que la había visto tan lejos, que había pensado que sólo eran brillantes luces incorpóreas. Se acordó entonces de una historia interminable en donde lo que cae en el olvido o no se considera real, desaparece. Era por todas aquellas luces artificiales que intentaban hacerle sombra, porque ya nadie recordaba que en otra vida había sido hija de Cefeo y Casiopea, porque si algo no se ve parece que no existe. Por eso se estaba apagando en aquel portal oscuro, sin hacer apenas ruído, imperceptible para quien no sabe ver. Sin pensárselo dos veces, decidió liberarla de los monstruos que la estaban consumiendo, cegando las farolas que había alrededor como si tuviese la cabeza de Medusa entre las manos para matar a decenas de Cetus. El silencio continuaba, pero la luz cada vez era mayor.